País de “Locos”

Todos tenemos un amigo, un conocido, un pariente que “está loco”. Lo decimos bajito, como en secreto, se lo contamos sólo a algunos, usamos eufemismos, no decimos bien que tiene, o no sabemos, o no queremos saber. Quizás no le contamos a nadie. Nos da vergüenza. Y ni que hablar si la loca es una.

Todos conocemos a alguien que tiene o tuvo cáncer, al menos una persona con diabetes, y seguramente varias con hipotiroidismo. Esos no nos dan vergüenza, a lo sumo la situación nos pone mal, tristes o incómodos, porque no sabemos bien qué decir. Cuando lo que anda mal es la mente el asunto se pone complicado, la enfermedad se mete con nosotros –no ya solo con nuestro cuerpo–sino con la esencia misma del yo. 

¿Y qué es estar loco? La locura tiene larga data y la humanidad viene interpretando sus síntomas como puede desde hace varios siglos. Exceso de bilis negra, posesiones demoníacas, castigos divinos, fueron algunas de las explicaciones a tan desconcertantes y variados fenómenos. Hoy en día los desórdenes mentales son considerados un problema de salud, y la OMS tiene programas, recomendaciones y acciones específicas sobre la salud mental. 

A pesar que a veces pensemos que nuestro compañero de oficina deprimido no le estaría poniendo onda y en vez de hacer un esfuercito prefiere tomar esas pastillas para levantarse de la cama… Bueno, no. De la misma forma que no le diríamos a una persona con diabetes que se ponga las pilas y secrete insulina no deberíamos subestimar la salud mental de nadie, tampoco la nuestra. 

Argentina es el país con más psicólogos per cápita en el mundo: 198 psicólogos cada 100.000 habitantes. Pero hasta hace muy poco no se tenían datos epidemiológicos sobre la proporción de individuos de la población padeciendo algún trastorno mental. País de locos. Tampoco se contaba con estadísticas oficiales de los servicios de salud mental, de los recursos que se tienen o se necesitan ni de las pérdidas económicas que implica no ocuparse de uno de los mayores motivos de discapacidad laboral (según estimaciones de la OMS la depresión y la ansiedad le cuestan 1 billón de dólares a la economía mundial debido a pérdidas en la productividad). Contar con esta información es importantísimo ya que es el primer paso para diseñar políticas públicas de salud mental que alivien los enormes costos que esto implica tanto para las personas como para la sociedad. 

En 2015, un grupo de investigadores de la Facultad de Medicina de la UBA junto con la Asociación de Psiquiatras Argentinos (con soporte técnico de la Universidad de Harvard y financiamiento del Ministerio de Salud) emprendió la tan necesaria tarea de recolectar datos epidemiológicos sobre la salud mental de la población. Para ello realizaron un muestreo en varias etapas en las que se seleccionaron al azar personas mayores de 18 años viviendo en los centros urbanos más populosos del país: las regiones metropolitanas de Buenos Aires, Córdoba, Corrientes-Resistencia, Mendoza, Neuquén, Rosario, Salta y Tucumán, donde vive la mitad de la población adulta del país. La tasa de respuesta fue del 77% y participaron un total de 3927 individuos. Se obtuvo información sobre cuántas personas padecían o habían padecido algún desorden de salud mental, qué clase de desorden, cuán severo, y qué proporción estaban bajo tratamiento médico. También recolectaron información demográfica como género, edad, estado civil, ingresos y nivel educativo.

Estos datos fueron entrecruzados y utilizados para obtener información respecto a, por ejemplo, cuál es la probabilidad de que cualquiera de nosotros padezca algún problema de salud mental a lo largo de la vida. La prevalencia, o sea la proporción de personas que han experimentado alguna enfermedad mental, es del 29,1%. Es decir aproximadamente 1 de cada 3 argentinos tuvo algún desorden mental leve, moderado o severo. Y si se hace una proyección, el 37,1% de la población habrá experimentado algún desorden mental para cuando alcance los 75 años. Más de un tercio de la población. Demasiado alto como para permitirnos que siga siendo un tabú. 

El Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales  (DSM por sus siglas en inglés, Diagnostic and Statistical Manual of Mental Disorders) intenta clasificar los trastornos mentales y proporcionar descripciones con el objetivo de que se pueda diagnosticar, investigar, y tratar las enfermedades mentales. Utilizando los criterios de clasificación del DSM-IV, los autores profundizaron acerca de “qué nos pasa a los argentinos”. 

Si nos fijamos, no en el tipo de trastornos, sino en los desórdenes individuales, la depresión afecta a un 8,7% de argentinos y argentinas, seguido del abuso de alcohol (8,1%), y fobias específicas (6,8%). Las mujeres tenemos más chances de padecer desórdenes de la ansiedad y del estado de ánimo que los hombres (un 90 y 28% más de probabilidades respectivamente), pero los hombres tienen más chances de experimentar abuso de sustancias.

La clase de desórdenes más frecuente que padecemos es el de ansiedad (16,4%). Esto incluye: trastorno de pánico, desorden de ansiedad generalizado, fobia social, fobias específicas, agorafobia, estrés post-traumático, trastorno de ansiedad de separación, y trastorno obsesivo-compulsivo. En segundo lugar tenemos desórdenes del estado de ánimo (12,3%), o sea, trastorno bipolar, distimia y depresión. En tercer lugar (10,4%) padecemos desórdenes del abuso de sustancias, principalmente alcohol. El tipo menos común de diagnóstico fue el de trastornos disruptivos del control de los impulsos y la conducta (2,5%). 

Algo para prestar atención es que la prevalencia fue más alta en el grupo de edad más joven. El 35,4% de las personas entre 18 y 34 años tienen o tuvieron algún desorden mental. Tanto las políticas y programas como los recursos humanos dedicados a la salud mental de los adolescentes, niños y niñas suele ser insuficiente, con lo cual, este dato debería reforzar las acciones para aumentar la ayuda médica a este sector. 

Estudios como el mencionado son fundamentales para entender qué tipo de prevención y atención deberíamos poder brindar, qué tipos de tratamientos son más necesarios para la población, en qué áreas formar a los profesionales, o sea, cómo realizar una planificación sanitaria basada en evidencias. Pero no menos importante, estudios como este, ayudan a conocernos, a que entendamos que tener una enfermedad mental es algo bastante frecuente, que nos puede pasar, que le puede pasar a cualquiera, y que si nos pasa o le pasa a algún amigo, amiga, familiar, no tiene por qué ser doblemente complicado, no le agreguemos el peso de la estigmatización social. 

Otro punto interesante es la manera en que llamamos a los problemas de salud mental. Hoy en día existe un debate acerca de si el nombre “esquizofrenia” es adecuado o no. Una posibilidad es que el término acentúe la discriminación. En una carta publicada en la revista Schizophrenia Research, investigadores de la Fundación INECO junto con otros autores plantean la posibilidad de buscar un nombre alternativo a la esquizofrenia. Mencionan que La Sociedad Japonesa de Psiquiatría y Neurología fue la primera en reemplazar el término Seishin bunretsu ̄ byo, que significa literalmente “enfermedad de la mente dividida” con el término Tōgō shitchō-shō que significa “desorden de integración”. Para explorar acerca de cómo los psiquiatras de Latinoamérica perciben la posibilidad de renombrar a este trastorno de salud mental los autores llevaron a cabo una encuesta. Encontraron que si bien la mayoría de los y las psiquiatras –un 75%– utilizan el término “esquizofrenia” para informar a un paciente, también una gran parte de los encuestados considera que el término denota cierto estigma y que cambiarlo sería lo correcto. Las mujeres psiquiatras fueron más propensas a la idea de que habría que cambiar el nombre y esa diferencia fue estadísticamente significativa. En conclusión, la encuesta reveló que la mayoría de los psiquiatras encuestados de América Latina creen que el término “esquizofrenia” es estigmatizante y que el desorden debería llamarse de otra manera. De todas formas, recalcan que “aún queda un largo camino por recorrer para poder descartar el uso del término como entidad diagnóstica.”

Discusiones como estas son fundamentales si queremos que la salud mental sea un tema del que podamos hablar sin estigmas. ¿Vos que pensas?


La locura fue un tabú durante mucho tiempo y después de mucha terapia –pero sobre todo después de la evidencia científica sobre el tema– ya es hora que le demos el alta.

¿Te identificás con lo que contamos en esta nota? ¿Nos querés contar de alguna experiencia relacionada con este tema?

Dejanos tu comentario y seamos comunidad.

Bibliografía:

Seré L, Cardona D, Flichtentrei D, López P, Prats M, Mastandueno R, Miorelli A, Maruta T, 

Cetkovich M. Schizophrenia: Is it time to rename it? The opinions of Latin American psychiatrists. Schizophr Res. 2016 Dec;178(1-3):102-103. doi: 10.1016/j.schres.2016.08.019. Epub 2016 Aug 30. PMID: 27595550.

https://www.cels.org.ar/web/2018/03/las-mujeres-en-el-hospital-psiquiatrico/

https://www.cambridge.org/core/services/aop-cambridge-core/content/view/8E0D097E59858F8064733EFCCCDBA695/S2056467800001742a.pdf/current_state_of_psychiatric_and_mental_healthcare_in_argentina.pdf

http://www.revistaanfibia.com/cronica/decalogo-de-la-denigracion/

Madness: A brief history Roy Porter: https://www.theguardian.com/books/2002/feb/10/booksonhealth.features

http://www.who.int/es/

http://www.msal.gob.ar/saludmental/images/stories/info-equipos/pdf/2015-04-24_epidemiologia-en-smya.pdf

http://bvs.psi.uba.ar/local/File/2013-10-29_plan-nacional-salud-mental.pdf

http://fepra.org.ar/docs/Ley-nacional-salud-mental.pdf

https://www.cels.org.ar/web/wp-content/uploads/2017/11/2017-Mujeres-en-Melchor-Romero.pdf

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